Cuando comencé con convulsiones, no entendía lo que pasaba, tenía 12años y entre la pena y el miedo que tenía se mezclaba la tristeza y desesperación por saber qué pasaba.

Tuve miedo de salir a la calle, saber que súbitamente podía caer y lastimarme; en la escuela me pasó  y había compañeros que me auxiliaban, ¿pero si me pasaba en la calle, si caía sobre una avenida, en el metro, si robaban mis cosas mientras estaba inconsciente o me hacían otra cosa? Eran preguntas que pasaban por mi cabeza y dejé de salir con mis amigas por ese miedo, para no causar molestias, preocupaciones, lástima o hasta rechazo.

Vivir con epilepsia es a veces vivir con la preocupación de no saber en donde me daría una convulsión, despertar y no saber mi nombre, ver todo confuso, tener el cuerpo adolorido, no reconocer a mi propia familia, tener la mirada perdida, quedar débil y la desesperación de no poder articular bien las palabras para preguntar por lo menos que había pasado o en donde estaba.

Si bien no es una enfermedad visible, es traicionera, pues a veces ni la medicina puede evitar algunas sensaciones derivadas de la enfermedad, o hasta las mismas convulsiones; una enfermedad a veces difícil de explicar en cuanto a síntomas, pues fue con el paso del tiempo que tuve que aprender a distinguir cuándo me iba a dar una convulsión o explicar la sensación de esos movimientos involuntarios en mi cuerpo que muchas veces en la calle me ponían nerviosa e incluso me causaron pena.

Hasta los quince años me diagnosticaron epilepsia, los doctores me dijeron que llevaría una «vida normal», pero que no podría desvelarme, debía tomar la medicina de por vida o regresarían las convulsiones y tampoco podría someterme tampoco a demasiado estrés o emociones fuertes. Fue hasta que entré a la Universidad a estudiar Derecho que entendí y me hice a la idea de que no podía depender siempre de la medicina ni vivir con miedo, pues yo quería hacer muchas cosas y la epilepsia no me detendría o por lo menos haría el esfuerzo de hacer las cosas; llegaron los desvelos por tareas, exámenes y trabajos. Aún con la medicina sentía que convulsionaría, pero no pasaba de esos movimientos involuntarios en mi cuerpo; fue tanta la pasión por mi carrera, que decidí mentalizarme que una enfermedad no me detendría y que le demostraría a mi familia y a esos doctores que yo podría incluso desvelarme para lograrlo; no sé como lo hice pero incluso pude trabajar y estudiar al mismo tiempo; con el trabajo llegaron más presiones pero era algo que quería y me gustaba.

En el camino de esta enfermedad no todo fue fácil inclusive mis padres pelearon para culparse por mi enfermedad; mi madre se llegó a burlar y poner de malas cuando me ponía mal, lo cual me deprimía (en ese tiempo yo tenía 12 años y fue para mi la edad más difícil); también me encontré a gente que me discriminó y que incluso me llamó loca.

Pero hoy puedo decir que a pesar todo eso y de la enfermedad terminé la Universidad, puedo salir a la calle sin miedo y que la epilepsia sólo es una enfermedad NO UN OBSTÁCULO O UN PRETEXTO.

Para AMENA A.C.

N.M.R. Bezares.

 

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